martes, 1 de septiembre de 2015

 Después de todo, si se quiere sobrevivir,  el amor es  el recurso más importante para superar los efectos de la nada, carente de  señas de identidad que marquen la personalidad de las personas con nombres y apellidos.


Contra la nada.




Con todos los resquicios que  abran las palabras en el formato
 ambiguo de nuestro corazón, hasta donde llegue sólo es un camino
de los dioses todos contra la nada: escuálidos y  faltos de fe, sin  los zumos
de la esperanza, desconfían ellos  del sabor de los silencios y de la risa
y  las miradas. O de  la fuerza toda  de  las nimiedades,  sueños y fantasmas
que pueblan, ideales, los páramos de la razón. ¡Qué importa!

¡No se enteran! Si supieran que  todos los números  o cuentas
de memoria, por los dedos, que las inveteradas costumbres
de las sanguijuelas dejan en su alma, cual secuelas, cuando
de la sangre necesitan para respirar, sabrían que de nada sirven
limites sin pasado para abrir las puertas del amor al futuro:

- Si todo es mañas y picardías sin finitud contra el síndrome
del amor, en la conciencia de la mezquindad, desde los tiempos
 hasta hoy.  Si todo pasa como las naves, como las nubes,
como las sombras... nunca el otoño sería el padre de abril
con sus  lluvias; ni del sol de mayo, cuando hace la calor,
porque hubo un ballestero, dele dios mal galardón, prisionero
que era de la crueldad y la indiferencia, cuya vida no pasó
del octosílabo que hace memoria contra el olvido. Si, como
ves,  todo es  condición, amor, como   madre de la duda,
contra la rotundidad, nada mejor, entonces, que un afecto,
el nuestro, con las paredes recias de nuestra catedral,
el templo de la fe con nidos de golondrinas para borrar
el retorno en el viaje sin  término y siempre sin  fin.