lunes, 8 de agosto de 2016

Con palabras de EPICTETO, en cualquier circunstancia se crece interiormente si se tiene la inteligencia que permita sacar partida de ella. Como esta cavorna-pecio que nunca pensaba que sería ejemplo de fortaleza después de años arrumbada en una esquina de la mata. 



El pecio de Les Meloneres.



Centenario, con mil lunas  a tus  espaldas, retenías
la vida con tus raíces cual esperanza  blanca que mana
de la longevidad del tiempo. Navegante fiel en tierra firme,
nunca ni las ventiscas que los rayos visten de luz y color
te pusieron de rodillas  para humillarte. Y  fiel a los  ancestros,
fuiste hermano de la corra  donde se maceran en el interminable
invierno, los frutos contra las hambres, guardián el erizo
que se abre a les morgaces como al amor de su vida, aquellas
manos firmes y seguras  por  la subsistencia. Sin bromas,
los llantos de unas bocas tiernas mordidas por el vacío
de la nada y sus picores irracionales, te arañaban
la sombra hasta lo más profundo del ser, hasta
donde el silencio rompía las  aguas de tu  soledad.

Y  como  siempre, sin apellidos. Leal con los otoños  y el viento 
que los mecía con su voraz apetito, nombres y herencias
te arrullaron mientras ellos se amaban hasta llegar
a mi corazón. Indiferente a tu vida y su trayectoria,
eras la vieja cavorna, arrumbada y desatendida.

 Cuando,  de repente, una historia  en color, llena
de palabras y ensoñaciones,  te hacen presencia y servicio:
entre  nobles cipreses y robles milenarios,   hijos  del pincel
 y del mañana, resucitas y hablas con tus fieles para decirles,
cual pecio por la edad cansado y  con ánforas de silencio
que hablan de tu dignidad ... para decirles , desde Les Meloneres,
que nunca mueren los árboles que están en pie.

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