jueves, 4 de agosto de 2016



 Un viejo amuleto para una vida de magia. 




 NARVÁEZ




Hubo un tiempo y un libro; y hubo un nombre y un mito; imprecisa la memoria, en busca de las palabras que ayuden para el  recuerdo, tu nombre,  en la portada de un libro, con vivos colores y  el autor - Don Benito-, es tea que te desdibuja, sin historia,  en mi vida; del todo ajeno a los múltiples  órdagos de tu periplo vital, fuiste amuleto, sin embargo, en los trasiegos todos que mis pasos  marcaron. En el principio, eras el libro, inasible a la inteligencia;  eras la devoción por la fantasía que abría la puerta contra las miserias de la incomprensión: por supervivencia, sin saberlo,  suponía que más allá de las durezas de las manos con hambre y sin sentimientos, había hálitos de vida que serían siempre una liberación. Adolescente impuro, cual fetiche, Narváez,  cuánta esperanza en tu arcano nunca desvelado, nunca holladas tus páginas por mis dedos encadenados a un sino más bien marcado. Fuiste conmigo hacia luz y  hacia la vida, en silencio y sólo presencia permanente. Una caja de música con el sonido del tiempo.

Y como entonces, en el 65 de mil novecientos, llegamos juntos al 16 del año dos mil, con menos brillo en tus hojas y el mismo de siempre en mis ojos: de un 23 de agosto a un final de julio, 50 años después.  Y para ser otra vez talismán, un vuelo breve y todas las semillas ocultas en tus entresijos, serán aroma y perfume del recuerdo que mañana anidará en otro corazón.

Sin olvidar al tío Nicasio para dar veracidad a mi historia. El  me confiaba  cuando la envidia corroía las palabras de quienes decían amor que era pedradas; sin embargo, para mi alma asustada  era el  afecto y el apoyo con las caricias,  y la moneda que me dio el libro,  Narváez. Para el imaginario de entonces que es un presente con historia, el  hombre y un mito: el tío Nicasio, disuelto en la niebla, afectiva ausencia.  

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