lunes, 3 de marzo de 2025

 

Aquellas mujeres
¡Cuánta tristeza en tu literatura!   Hilvanar palabras para tu vida es coser
lágrimas en los recuerdos y dar pábilo a  los sones de la ira. ¡Cuánto dolor
escondido en tu nombre de almizcle con azucena: como animales
deglutían tu alma de mariposa, su fragilidad de arrebol en el horizonte.
De sus dentelladas ¿ cuál de ellas, asesina, rompió tu corazón de papel?
¿Cuándo aquellos huesudos dedos ciñeron la violencia pétrea
en tu amor desatado? ¿Tal vez las cientos y miles de piedras
en tu camino con palabras vestidas de lágrimas
por el desamor, de ciénaga y  ciego de  animal herido.
Una vida, la tuya, aquellas mujeres, de caminos
en soledad, tu madre y la mía, hijas del hierro,
abrazaderas del destino en su alma de cristal,
vidas plenas del sufrimiento, almas fractales
con la  luz obsoleta para una vida mejor.
Como  la tuya, una vida de recato, humillante,
de miseria en los refajos del amor: nada.
 Aquellas mujeres, madres solitarias y vírgenes desposadas
con el deseo, a lo más, sufrían la indignidad de mujer
con el dedo como enemigo principal. Descansa en paz
y que el silencio os regale las palabras que la vida te robó.

 

Golondrinas

 

Amanecer

                          y el sueño que cae en brazos del raitán: el privilegio

                          del  canto

La luz

                          y  la cerezal con las mil flores que me dicen

                          los pasos que tiene el día.

El recuerdo

                         con la fecha  como muesca de la vida,

                         con estilo de soledad para seguir el camino.

Es la vida:

                        cien mil ojos que me niegan la esperanza

                        de los tuyos;  perdidos en la palabra, es la nostalgia

                        que riela, trémula, entre los dedos de la nada.

Y si vuelven

                        las oscuras golondrinas, nunca  vértices del amor,

                        desconocen nuestro aire, viciado por la ausencia

                       que nos vacía el alma,  y si vuelan, pasarán.

 

¿Qué nos queda?

                       Ya lo sabemos: es el amor que pasa.

                       Es el amor que buscamos; es el amor

                       que nos busca para buscarse en sí mismo;

                       los mismo que hacíamos nosotros

                       cuando él nos habitaba: siempre y nunca y mañana. 

                       

 

 

 
¡A  cántaros! Hoy llueve a cántaros
 las palabras de un poema; y  sus  versos calan
con  ternura  los confines del silencio:
mi alma o la tierra, como esta lluvia
de tormenta, a cántaros, espera, hacia la vida
días de sol con apacibles ensueños
de amor, como  una esperanza.
 
Agua de lluvia, invernal, un  noviembre
con hambre de nieve y  de vientos sin
corazón.  Agua de lluvia con profusión
de invierno, regalo de los cielos, mis recuerdos
anclados  en los mil nombres que se trenzan
como los ríos que van a dar
a la mar, que es el vivir; mi recuerdos, a dieciséis,
me llegan como esta lluvia, a cántaros.
Y como la lluvia, hacen fértiles mis días,
escasos de luz y de horizonte, como asideras
donde colgar las sombras que escamotean
las dudas de la sequía otoñal.
!Ay, amor! Esta larga sequía otoñal!

 

Árboles de ciudad

 

Con pena, marcan la sombra y las brisas del viandante
aunque no los sufra ni sepa de sus afanes por crecer y subir y subir
hasta donde la vida es  nube o la mirada del niño
que perdió el alma en el cometa que se fue.
 
¡Árbol de la ciudad! Hijo del verdugo
 que sorbe el cemento y la geometría
como índice vital, tu jardinero,  sin alma
para tus primaveras; lo  sufres. 
Y soportas
a quienes ignoran
hasta el nombre de tu identidad;  indiferentes,
al límite, de la vida que te roban
nada comparten que les sirva
ni mucho ni nada
para su esclavitud. ¡Pobres árboles de ciudad!

 

Aquella vieja historia de amor.

Inasible historia de amor; aquella historia sin viejas palabras; siempre nuevas y  nunca erosionadas; siempre vírgenes como dos besos en paz. Aquella historia de amor, bella de amanecer, con luz de primavera y viento otoñal; aquella historia de amor asoma al tiempo y pregunta por la huella de tantos pasos en un invierno azul.

Y los recuerdos reiteran, aguzan las esperanzas y buscan las palabras que dictabas cuando estabas en el amor, aquel barco de color  que evitó los escollos y el mañana: tu nombre.