Después de todo, si se quiere sobrevivir, el amor es el recurso más importante para superar los efectos de la nada, carente de señas de identidad que marquen la personalidad de las personas con nombres y apellidos.
Contra la nada.
Con todos
los resquicios que abran las palabras en
el formato
ambiguo de nuestro corazón, hasta donde llegue sólo es un camino
de los
dioses todos contra la nada: escuálidos y faltos de fe, sin los zumos
de la
esperanza, desconfían ellos del sabor de
los silencios y de la risa
y las miradas. O de la fuerza toda de las
nimiedades, sueños y fantasmas
que
pueblan, ideales, los páramos de la razón. ¡Qué importa!
¡No se
enteran! Si supieran que todos los
números o cuentas
de
memoria, por los dedos, que las inveteradas costumbres
de las
sanguijuelas dejan en su alma, cual secuelas, cuando
de la
sangre necesitan para respirar, sabrían que de nada sirven
limites
sin pasado para abrir las puertas del amor al futuro:
- Si todo
es mañas y picardías sin finitud contra el síndrome
del amor,
en la conciencia de la mezquindad, desde los tiempos
hasta hoy. Si todo
pasa como las naves, como las nubes,
como las
sombras... nunca el otoño sería el padre de abril
con sus lluvias; ni del sol de mayo, cuando hace la
calor,
porque
hubo un ballestero, dele dios mal galardón, prisionero
que era de
la crueldad y la indiferencia, cuya vida no pasó
del
octosílabo que hace memoria contra el olvido. Si, como
ves, todo es
condición, amor, como madre de la duda,
contra la
rotundidad, nada mejor, entonces, que un afecto,
el
nuestro, con las paredes recias de nuestra catedral,
el templo
de la fe con nidos de golondrinas para borrar
el retorno
en el viaje sin término y siempre sin fin.