Sarpullidos
El
cuerpo humano está dotado de recursos varios, externos o internos, que nos
hablan de su funcionamiento. En caso de fallos en nuestro organismo, un dolor o
la fiebre son marcadores que hacen
saltar las alarmas que obligan a una intervención para evitar males mayores.
Y además
como seres gregarios que somos y
necesitados de una comunidad para sobrevivir y por propia seguridad, esta,
cual organismo vivo, también tiene sus reglas y recursos para sacar a la luz
todo aquello que la pueda alterar. En
este caso, la vida comunitaria está profundamente afectada por la semántica de
una palabra invisible que acecha la vida
de los lenenses y asturianos en general. Con tal virulencia que desborda los
recursos disponibles y saca a la luz las
consecuencias de esa política a la española que para Muñoz Molina "es tan destructiva como el
virus" .... "Si no hacemos algo esta gente va a hundirnos a todos"
(El País, 3.XI.020). Es decir, que si
galgos que si podencos, que si gobierno central que si autonomías, uno se
pregunta con frecuencia en manos de quien estamos cuando vemos que el virus
genera una pandemia y sus efectos vitales son demoledores para la salud
pública. Y si mal estábamos, peor seguimos ahora que tiene la responsabilidad
esa entelequia que llaman gobierno autonómico y que sirvió, como escribe Eslava
Galán, únicamente para mejorar el nivel
de vida de quienes alcanzaron la categoría de funcionarios autonómicos, sin
olvidar a los covachuelistas, claro. Porque si ahora nos referimos a la primera
ola del coronavirus y recordamos tantas promesas de inversión para la mejora de
la sanidad o de la educación, como Antón Losada podemos preguntarnos "¿Qué
fue del dinero de nuestros aplausos?"La respuesta está en el verso manriqueño:"¿Que
fueron sino verduras de las eras?". Aunque si lo pensamos bien, pueden
hacer lo que les venga en gana. Con un pueblo que vive en el conformismo y la
conveniencia, que desconoce el significado de la palabra "inequidad",
que carece en absoluto de libertad de
pensamiento y tres pitos les importa la libertad de expresión salvo para
insultar al vecino. Con este pueblo, pueden hacer lo que realmente les venga en
gana. Y si a esto añadimos que "la sociología industrial" está en
trance de desaparición, y la
"sociología rural" ya está perdida, entonces que Dios nos coja
confesados porque la desvinculación social es total y absoluta para poder
hablar de solidaridad; aunque no hay
problema, ellos seguirán en el púlpito diciendo lo que les dé la gana
porque el coronavirus sigue en los
verdes campos del edén sin que nadie que
le ponga cortapisas salvo exhaustos médicos y quebradas enfermeras. Como esos
profesores que cargan con responsabilidades que son propias de su consejería, y
se las arrojan a las espaldas como si fuesen burros de carga. En fin, querido
lector, estaremos de acuerdo en que en este pobre país sobra astucia política y falta inteligencia; también estaremos de acuerdo en que habrá que
pensar por nuestra cuenta para tomar decisiones que propicien nuevas estructuras
políticas, más eficaces que estas anquilosadas que son peores que el
coronavirus, como escribe Muñoz Molina.
¡Que Dios nos de suerte y San Antonio nos guarde!