Secuelas del
Covi-19
A estas alturas
del año, con una pandemia que nos sigue cosiendo el alma con sentimientos muy
dispares, es importante, pensamos, hacer un alto en el camino, y poner unas
palabras al rastro que dejó y dejará tras de sí. En primer lugar, como miembros
inconscientes de una sociedad líquida que somos, pertenecemos, sin duda, a una
comunidad escasamente entretejida, como suele ser norma a la hora de dar
una definición de este pobre país. No hay más de tres españoles juntos que
puedan vivir con un acuerdo y que sea duradero.
Consecuencia de
estas fracturas internas que nos devoran, es la pérdida de nuestra seguridad y
confianza en nosotros mismos y en la comunidad en la que estamos insertos. El "covi" supuso una cura de humildad por la impotencia ante
sus efectos devastadores e incontrolables; pero además generó en nosotros una
angustia existencial porque, de buena o de mala gana, nos convenció de que es imposible no morir.
Para terminar, y
recurriendo a Sócrates, hay que dejar claro que el alma de muchos españoles
huele mal, muy mal. Y huele mal porque el concepto de gestión , diseñado para
crear triunfadores con el beneficio como objetivo único, tiene un retrovisor
donde se refleja la crueldad inherente al mismo: los miles de ancianos muertos
en esos almacenes donde están arrumbados después de una vida de trabajo, bien merecían
una muerte digna. Una vez más, la deshumanización que sufrimos por culpa de
tanto utilitarismo nos obliga a recordar aquellos versos de Blas de Otero:
" Esto es ser hombre: horror
a manos llenas."