Día a día
Día a día y sin luz, un grisáceo amanecer y sin prosa, armonía
en el aire de colores y sonidos: mis pájaros
y los árboles que los arrullan
mientras despiertan los pasos que me llevan a la rutina, alma de la
serenidad. De mi corazón a mis asuntos, los mininos reclaman la matutina ración
de la caricia, melosos y con hambre
. Y para seguir con la vida en el regazo, la rutina que nos arrulla como la madre con el hijo en
la mirada: la que nos hacer pensar, con esperanza y convencimiento, en aquellos
días azules y los calores de la infancia, óbitos del tacto. Sin olvidar mis
vetustos árboles que me hablan con los vientos marcinos del tiempo como la
lluvia: mañana. Pero llega entonces un
ayer:
La figar
Más que centenaria, un viento airado, vendaval,
así de repente, inesperado, de cuajo rompe un hilo que me
ata al pasado,
por los recuerdos: la figar de mi infancia hasta la
fecha, con una vida triste y agrietada,
yace vencida a la orilla, en el portal, a
sabiendas del final.
Nos miramos y en
silencio ya sabemos, hermanados, el olvido que seremos:
una esperanza contra el hambre en aquel tiempo, lejano,
en la seronda,
y la sombra, un
cobijo del amor con las mil palabras de las promesas
ya sin retorno y sin palabras para su consunción, in aeternum,en el río del vivir
y de la nada. Ni polvo enamorado ni recuerdo. Ausencia y
melancolía, como siempre.
Y una mirada al vacio para mis días, con mis viejos árboles,
compañeros,
a la espera del amanecer con sus conmilitones, armónicos,
aves canoras
de mis fantasías. En quietud con el silencio a mis pasos acompañan
las desgracias del grisú con Frutos a sus pies y el
desgarrado dolor
de aquella mujer, Nieves, con tres almas en el regazo, llenas de lágrimas
y de ausencia. Y ahora tú, al final del camino, y como
entonces, un viento
airado, vendaval, te
arranca como exiemplo de tu despedida: mi figar.