Con pocas ganas de trabajar después de la conversación habida con el jefe de la limpieza, Nadina se refugia en su rincón predilecto para escribir y pensar y recordar las calles de su ciudad natal, los platos que le preparaba su madre cuando la visitaba, las flores de los jardines, tan especiales en la primavera tardía, el parterre de su casa y sus tiestos, al niño aquel que pasaba en bicicleta camino de la iglesia.
Lo había dejado todo y allí estaba, en aquel rincón, con las nostalgia como único móvil vital en este día de sol en esta ciudad con su biblioteca.
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