Hace unos días, Mael, el fíu de Manolin y Consuelo, de limpieza en la casa de los padres por fallecimiento, sacó a la vía pública en La Mairá, los cebatos que ficieron payar durante más de 60 años en la cuadra que está pared con pared con la casa. Preguntado por ellos, me dice que los quieren algunos vecinos para encender la cocina. Sin embargo, unos ojos oportunos los visten de arte y los reclama para dar gusto a su imaginación con una escultura.En consecuencia, les hago una revisión y compruebo su estado para rescatarlos contra el olvido y la ignorancia.Y si merecen la consideración de pieza de arte, pese a la polilla que los carcome, con sumo cuidado los recojo y transporto y los preparo para que la artista construya con ellos la imagen de aquellas familias que eran familia para sobrevivir: el poder del arte y el valor de la artista para rescatar a la sociedad rural del olvido que será muy pronto, cerca de mañana. Aquella sociedad herida por la fame como mordedura en la carne, y el hambre, como puñal atávico clavado en su corazón.
Cebatos
Hambre y
cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda..-M.Hernández.
hielo negro y escarcha
grande y redonda..-M.Hernández.
¡Ya
no!.Sí entonces, cuando el hambre y sus
miedos trenzaban,
con
lluvias y vientos, el aliento de vida que
succiona
el
alma de los sentimientos: contra tanta miseria y por la
dignidad
de tanto silencio y por respirar para sobrevivir
en
el día contra el cielo y sus avatares: el espejo
de
la esperanza. Sin edad, sí, eran manos
y palabras
por
la sabiduría ancestral. Eran cuerpos por el deseo
y
las ansias de vivir de alegrías y sueños en paz irritados
por
la intemperancia del hambre y por la
muerte del amor.
Es
lo que son desde siempre hasta esta memoria: cuenco
donde
maceran y amansan las fieras que nacen en el nial del cuco.
Contra
aquel apetito de lunas y noches y vuelos sin número,
contra
tantas muecas que visten vírgenes de soledad y abandono,
en
aquel entonces todos los dedos, en la casa del padre,
tejían
los lechos donde moría el tiempo. Son los cebatos,
los
hijos del cibum, donde el pan milenario dormía
en
brazos de una esperanza, y era el camino que abría,
contra
la nada, el ingente esfuerzo de todos:
la fame
abrochaba
los corazones en familia y hacía de las manos
con
los ablanos, pirámides donde la destrucción o el amor
amasaban
el ansia de eternidad con hambre atávica
que
ahogaba las ansias de vivir en las suelas del corazón.
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