Elegía en Bataclan.
Para Alberto Gonzalez Garrido y cientos más.
Todos los colores, al amanecer, eran palabras y
silencio
de brisas y cantos de hojas en el bosque de
Boulogne: su amanecer.
Los cinco continentes, con sus desiertos y arenas
y dátiles
de cielo y luz y hambres de amor eran Asta Diakite y Felipe con Nohemí
y sus verdugos de metal, hermanos de mi sangre,
juguetes de la ira
cuando la lluvia y la noche los hacían juntos y
parejos
como tantos, con sus manos entrelazadas en
la vida y los viajes y sueños
sin cristales rotos en su corazón: hasta la muerte, Nick y Bataclan, con nombre de
brasserie y XI Distrito de Paris, eran sombras de alegría y tiempo y
amor,
los escuderos del cansancio y del mañana sin
rencor, la esperanza y sus juveniles servidores
sin la memoria del Hebdo y su crucifixión.
Fue entonces la muerte y el hombre y su
identidad: la máscara
de la crueldad y sus carnes vírgenes por alimento
principal, la picadura
de retina entre los dientes para masticar y un
aliño de mariposa, el nombre de Alá para digerir
el horror.
Nos sabemos así y lo queremos; nos
hacemos
de dios y sus profecías con el fuego de la nada,
la consunción vacía
de nombres
que son y serán, por ellos, mayúsculas
en mi corazón: Djamila Houd y Michelle
con Guillaume y Mathieu con Thierry y cientos más,
conmigo vais,
mi corazón os lleva cuando soplan vientos de otoño
teñidos de
rojo y negro y almas y angustias
blancas por conoceros.
José Fernández.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé! César Vallejo
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé! César Vallejo
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