Este patrimonio escondido en nuestras aldeas merece una conservación digna aunque solo sea por el respeto a quienes tienen la capilla como recurso contra los imprevistos avatares del vivir.
San Antonio de Padua
Hay un patrimonio humilde y silencioso que recoge un sentimiento profundamente arraigado en el alma de
nuestras aldeas, en las mujeres de nuestros pueblos, la devoción. Sin necesidad
de definiciones del DRAE, se puede decir
que la devoción es más espiritual que un
sentimiento y más limpia que una pasión. Es más: la devoción hace, de quien la
practica, una persona sobre todo firme
en sus convicciones, de esas que siempre las topas donde las dejas,
comprometidas con sus principios, imprescindibles contra esta modernidad
líquida que está destrozando cualquier tipo de relación que no sea Sálvame de luxe.
Y como siempre, traemos estas
ideas a colación porque gracias a Dios, mejor o peor conservadas, como parte
fundamental de las aldeas de nuestro concejo, están las capillas que hablan de
sus vecinos y del amor profundo por su patrimonio como esencia de su
espiritualidad, más femenina, por suerte, para su conservación. Fruto, tal vez,
de una promesa, su construcción va más allá
del tiempo y de la memoria, y sus santos forman parte de cada familia, de sus inquietudes, de sus penas, de
sus miedos o de sus esperanzas. Por eso, cuando abrimos la puerta de una capilla y vemos un San Antonio de Padua rodeado de velas votivas, ya nos imaginamos
el origen de cada una de ellas: que si un animal, que si una intervención
quirúrgica, que si una enfermedad... siempre un motivo para sacar a la luz la
imprescindible fuerza espiritual y femenina
a la que obliga la vida. Un respeto por esas mujeres fuertes es incluir estas capillas en el patrimonio del concejo que hay que cuidar y
mimar, empezando por los tejados y terminando por el interior. Nuestras capillas
son algo más que un símbolo religioso y que el ayuntamiento las reteye es
respetar a sus aldeanos, nosotros, como parte del acervo cultural lenense en su conjunto: las espadañas que las definen
y su diminuta campana colgada de la
melena centenaria o los imágenes del
interior bien merecen una conservación digna, al margen de las banderías políticas
que empobrecen más que ayudan. Por
ejemplo, la de Tuiza de Arriba, preciosa como joya en piedra, rodeada de los
picos protectores, aunque un tanto abandonada, sin mengua de la devoción imprescindible que
deja entrever un San Antonio rodeado de las
velas que exigen los apretones que da la vida. Por eso, una catalogación de
todas, con sus contenidos, y una mínima conservación nos haría a los lenenses
más cultos y más respetuosos con las distintas actitudes que adoptamos para
surcar el mar proceloso de la vida, como
diría el poeta. Porque a los pueblos,
los nuestros, más que las ideas, quien
lo une son los sentimientos y las devociones.