Me haces vivir cuando me hablas.
El roble del Trobanín.
Contigo muere el fuego alojado en el frío.
Angel Garcia López.
Me traspiras el tiempo y los recuerdos; hacia el pasado, esas cientos y miles de palabras que son tus hojas, de
siempre, nos dicen que estas ahí. Y solo
con verte,
me das nombres o un vocabulario y la ocasión para airear los sentimientos, las sinrazones
y una obligación: el receso para el encuentro, como un reposar las almas
y sus avisperos
y dialoguen entre sí. Y tú, mientras, sacas vida de los
crestones en caliza
donde tus raíces domestican los entresijos de su corazón.
En silencio y dueño del tiempo,
tus brazos, contra
el frio y las tormentas, hacen de ti mi roble anclado
a la última forma de amar, el recuerdo timbrado por el color y esa piel de verbos,
rugosa,
donde anidan los infinitos débiles que pueblan tu
corazón.
Y el mío.
Y mañana.
Y siempre: hasta que alguien, no me preguntes, tampoco
importa,
sea descanso y te hable de tus habitantes y sus habitados
y los infinitos
dedos del tacto que justifiquen la admiración por el cuerpo
que te da forma
cuando haces de tu aire un redil
donde cobijamos
las hambres de futuro a las que acechan
en el presente, los lobos y sus guturales gargantas de
almidón.
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