miércoles, 29 de agosto de 2018






manos vacías

¡Tu alma,  las  manos de Guayasamín! Distorsionadas y mondas, 
dramáticas, estrujas con ellas  el zumo de la propiedad;
cada vocal de su nombre suma  ansiedad. Que empieza y se repite
en cada segundo del viento que te encoge el corazón.

Son  tus predios  los  parajes del dolor;  sanean,
con el azul, tus pecados de tul por la  codicia
del tener por desear. Un imposible. Como el respirar.

Con sigilo y con los pasos en la pana del vivir,
restabas el pan a los indefensos con las caras
de Guayasamín, espejos de la miseria y el dolor,
el azote de tus sueños. Y  ahora que  te desvives
como alma de cristal, me dices, acuciado, que no quieres
morir: sabes de las manos vacías en el último viaje,  
casi desnudo, como los hijos de la mar. ¡Por fin!


Ay de tus fatigas y sinsabores,  dragones sin corazón; sus fuegos,
noches en vela con astillas tan finas como tus deseos,
- las cientos de astillas con  tus  cinco mil notarios-,  
te dejan inerme y sin palabras cuando en el
recuerdo, quedaste sin nombre y sin apellidos: tus hijos.

Sangre de Caín en tus genes, seguirán y con la vida
harán un  destino igual a Caronte con el miedo
al naufragio por el peso de tu maldición: seguirá
así y por siempre, en silencio, como tu nombre,
como tu sangre, igual que recuerdos sin pasado.

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