Para hablar de nosotros, nos sirven desde Lope y  Machado hasta Fray Luis. 
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… es ojo porque te ve. A.
Machado.
¡Qué
extraño desvarío por la  infinitud del
amor 
contigo,
campo de lágrimas por la distancia en los sobres
de
luz y  papel que beben, sedientos,  los gritos 
de
nuestras palabras. Por las llagas, en silencio, 
de
tus manos, Áfricas del dolor en los 
partos del color
y  del silencio, campos roturados por el
tiempo  y la 
esperanza,
arañamos, en los trasfondos del corazón,
las
noches y sus pesos, ese vacío que nos oprime
cuando
respiramos las paredes del mañana.
Entonces,
 dedos cual garfios en loctite bañados, 
entrelazados,
asimos, con la  fuerza del color, 
en
las nubes del presente, las estelas, contra las dudas, 
de la
firmeza, esa golondrina con las plumas de miel
que
abre los cielos cuando llora la tormenta.
Es un
decir, corazón. Acuérdate. No existe el miedo. 
Cuando
nos hacemos que nos rodea, con alma 
indefinida,
ese descontrol sin luz para los ojos,
nos
abre la puerta al oído, con  la música y
sus palabras,
 la confianza. Donde  el aire se serena y viste de 
 luz  y
hermosura cuando suena la llamada 
 que porfía, en los turbiones, por los
horizontes
que
nos abren, en el azul de las sierras, 
las
galerías del alma para que salgan las nieblas
entintadas
por esos fantasmas de papel, sin figura,
vacíos
de  interés y de sueños, rotos por la
realidad: 
nuestro
apego al canon de la belleza con las raíces 
en  la bondad, hija de  la sonrisa y de  la verdad.
 
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