miércoles, 7 de diciembre de 2016


Somos los  hijos de este sustantivo,  sin duda. Basta pararse un poco y pensar en el hambre que la vida tiene de nosotros. 





Voracidad.  




       

Es silencio por insaciable y  famélica por instinto; es fuego por necesidad;
la hija indómita contra su  ferocidad,  del amor;  el truco de la vida  para hacer 
del río el cauce soñado  sin fuente  ni brisas que oreen su porvenir.
Imperceptible como alma sin palabras, serpentina
cual  viento que succiona  el  aire para agitar sus pensamientos
y las esencias; corriente de frescura, ligerísima, sin volumen,  que  hace niebla
de las formas y de las señas de identidad. Contra la fuerza y la resistencia,
inconscientes, nos sabemos desconocidos y frutos de la voracidad.

Sin tregua, nos mece y cosquillea; nos  reímos sin saber quien,
de la mar,  es  arena y su esperanza, la ola: dos semitonos
para una corchea. Ya lo sabes;  te afanas y ya ves  donde queda
la finitud de tu nombre:  en una sensación sin tiempo, efímera, de la nada.
Y si ramoneas donde  sabes que habita el olvido, no cejes aunque
seas luz de  mis  sombras en el amanecer: aprenderás que la vida

es un bocado entre amarillo y dulce  de la infeliz manía de vivir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario