Merodeas
Las palabras y tus dedos... cuando hablan,
son esquinas del
silencio, vacías. Desconocen
el hambre del amor; mejor, ni lo intentan
porque no saben
abrir ni el pomo de la puerta.
Habitáculo sin luz y
sin formas, tu alma
es campo yermo como réquiem áfono
y el sueño de la pereza, juntos. Nunca se sabe.
Rotación sin vértice tu corazón, ocultas el color
de los pasos que marcan tus intenciones.
Y aunque sabes de la casa encendida donde viven
los efectos del amor, merodeas y las puertas
niegan la luz a tu identidad porque te desconfían.
Es un decir,
entonces: ¿Tienes algo
que sirva para darte
nombre aunque polvo enamorado? Tampoco.
O sea, nada que sea el congénito sigilo de tu figura;
nada que ponga un
trazo a la sombra de tu vida
me sirve para ofrecerte algo más suave que la tristeza.
Ya lo sabes. No basta sonreír. Si ondulado
tu caminar, el bucle de tus intentos se cierra
en tu alma agostada por la duda que te corroe
y te hace, en
campo de soledad, avispada
lagartija en las
ruinas de tu inteligencia.
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