Agustín Casado.
Se ha muerto A. Casado.
Después de una vida de trabajo como peluquero
y de reflexión y
y de compromiso, Agustín Casado nos deja con
la misma discreción con la que batalló, desde su propia ideología, por un
Mieres lleno de actividad necesaria para poner a este concejo en el mapa de la Asturias
próspera que embelesaba sus sueños. Sin embargo, como su propia vida, con una infancia muy parecida a los aceituneros de Jaén, sus ideas
se fueron diluyendo como un terrón de azúcar en el vaso de agua: muy respetuoso
porque nunca buscaba culpables, lenta e inexorablemente acabó aquella feria de
Mieres que él había ideado; como fue
diluyéndose en la nada aquella asociación, "Amigos de Mieres, " que
tanta cultura aportó a las generaciones que tuvieron la suerte de acceder a su
biblioteca o de asistir a los innumerables actos organizados bajo la atenta
mirada de los censores capitalinos con aquel gobernador a la cabeza, de triste memoria, que se llamaba Matéu de
Ros, que Dios acoja en su seno. Y si seguimos con sus inquietudes,
profundamente arraigadas en su ideología comunista, este peluquero que cogía la
cabeza de sus parroquianos sin preocuparse por lo que pueda haber dentro, con
palabras de Julio Camba; este peluquero habilidoso establecía con aquellos
cráneos privilegiados diálogos fluidos y respetuosos que siempre suponían un
retorno del cliente para volver a empezar. Toda la actualidad de Mieres pasaba
por su peluquería, y comentábamos con tristeza, por ejemplo, el golpe bajo que
supuso para la democracia y la convivencia el cierre de radio Parpayuela o los
avatares personales en las estructuras de los partidos políticos. ¡Tantas
cosas!
Y por lo mismo, buscaba la compañía de quienes, desde la
inteligencia, podían aportar algo para trabajar, según sus palabras, desde la
sociedad para la sociedad: ¡cuántas veces me repetiría esta frase! Porque
estaba convencido de que era la mejor fórmula, según sus convicciones
políticas, para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos en
esta sociedad de Mieres y del resto del país.
Por eso, si ponemos su vida en
las palabras de B. BRECH, lo definen
aquellas que dicen: los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. Y
así los trabajos de los días y los años, y Agustín con la cantilena de
Mieres en su rutinario devenir, aprovechando cualquier oportunidad para luchar
por un proyecto, por una idea, por un futuro. Como el del campus, en un momento
en que se cernían sobre nuestro futuro los nubarrones de la crisis del carbón;
fue entonces cuando Agustín, que preguntaba, incansable, para enriquecer su lucha por este concejo,
sale a la palestra con el tema del edificio para la universidad o la residencia
para estudiantes y el centro de investigación. A los que hay que sumar otros proyectos
que estarán enterrados en las hemerotecas como testigos mudos que habría que
traer ahora a colación con este Presidente tan dado explayarse sobre el futuro de esta comarca y de
Asturias y del universo. En fin, que pasan los años y de aquellas batallas de Agustín, que siempre
escuchaba después de preguntar, no solo queda
urbanizada una de las zonas más deprimidas de Mieres; como buen peluquero, supo
ver y entender que el futuro de esta comarca pasa, sin duda, por el desarrollo
de la inteligencia; lo sabíamos entonces
y lo corroboramos ahora aunque parece que todo lo referente a nuestro campus y
sus contenidos, cuesta el doble de
esfuerzo asentarlo aquí. Veremos.
Y para terminar, cosa curiosa, logradas todas
las inversiones después de gloriosas partidas de fuegos fatuos entre los
engreídos responsables, ni siquiera le dedican un aula con una placa donde conste el nombre de quienes defendieron este proyecto
del campus cuando casi nadie creía en él, y se decía, sotto voce, que "son
cosas de Agustín". Pues ahí está y así fue con el padre de todas las
batallas a la cabeza ¿Qué queda ahora? Nos queda, supongo, otear el horizonte con una
gorra-visera y nunca esperar nada para que se haga justicia con este pueblo, Mieres.
Es lo que diría Agustín Casado mientras tomábamos un café, en Casa Jamín, a las ocho de la mañana de cualquier día hace
ya tiempo, cuando aún funcionaba radio Parpayuela.
J. Fernández.