Para el hombre, paz. Para el aire, madre, paz.
Niza.
¡Cuánto dolor
rezuma el odio de Dios!.
Asombroso!. Hay días
rojos como la desolación de la quimera que descubren la
nimiedad
de las amarguras de
mi corazón. Embebido en un ego
emplumado
que hace trizas los pulsos de las ganas de vivir, iba a
llorar por tu des-amor,
enquistado como el vértice donde se cruzan los ejes del universo, como
si el mundo tuviese sólo tu nombre, onírico o patio
trasero de los sueños.
¡Qué tristeza la mía ahora por entonces! Las brisas y los
objetos me decían
tu nombre mientras mis ojos limpiaban las arañas del
recuerdo.
Pero ya ni lo escribo!¡Qué estupidez! Encerrado en mis
juguetes y prisionero
de una obsesión, eran vedijas los arañazos aquellos del mundo interior.
¡Sin comparanza!. ¡Vaya desastre! Un momento y las flores
del mal fueron las almas del flaneur en
un nombre y en el grito de Les sanglots
longs des violons de l’automne blessent mon cœur d’une langueur monotone:
eran Fátima y diez niños más de la mano de Copeland y los tres
tunecinos y Caronte y su desconsuelo y mi dolor y la France y mis recuerdos de
los mil autores que nunca leí y otro Bataclan en Niza del color de mi sangre,
un nombre y la memoria y entonces y ahora,
por siempre , cuánto temor y padres sin
hojas , en el sol
de julio, cuando
Rachel, oro bruñido al sol, limpiaba el cielo con una sonrisa.
DEcidme, amigos,
habladme, un gesto. Sólo un susurro para que pueda
estrecharos al tacto y amorosamente, donde los justos beben la paz,
y los besos son palabras como espejos, carceleros del
dolor: Dios.
¿Dónde estáis?
Donde quiera, sólo veros con el corazón en la mano.
Ese es mi heraldo,
contra el odio, por la paz y la palabra y para siempre, amén.
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