¡Cuántas veces, con los mismos andares, hacemos el camino que es un trazado desde tiempos inmisericordes! Pero un día, tal vez recogidos por el frío de marzo en nuestro corazón, un detalle de color o de brisa, nos detiene y obliga a encontrar en la vereda esas florecillas anónimas y delicadas pero nunca frágiles, que todos los años están en el mismo espacio en el mismo tiempo, sin importarles en absoluto el humor del dios Crono. Por el contrario, es posible que nosotros no tengamos asegurada nuestra presencia al año siguiente, cuando ellas, con toda seguridad, nos esperen para repetir el encuentro. He ahí la diferencia por la lección que nos dan.
Mil flores
Contraelegía:
JE. Pacheco
Para JA. Ordoñez.
Esta
lengua de fuego, el camín de Ramoniz, contra el tiempo
y
la esperanza, hijos de las sombras, la humedad , la rutina y el olvido,
rompe
el otoño y me lleva del corazón a la tristeza
cuando
hago abstracción y los ocres son alma sin la chispa
de
la primavera: echo de menos los pasos de entonces y sus flores
con
fatiga de lluvias y de invierno. Y me llega al alma
la
obligación del retorno y sus contoneos pese a la quietud.
Siempre las mismas en el tiempo y sus
espacios,
más que nombres, son chispas de la vida, la
sangre
contra
el temor de haber sido y contra el
terror del
no
repetir, como ellas, la seguridad del volver.
¡Esta lengua de fuego, ¡ay!,
el camín de Ramoniz!.
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