Mis telas de
araña.
No son los nuestros dos
corazones deshabitados
V. Wolf
¡Mis telas de araña, como la inocencia!¡ Su fragilidad! Cuánta belleza en el viento
como el recuerdo,
contra la vida, y su feroz resistencia.
¡Ah, los
recuerdos! Desde el alma a la palabra, se desgranan
en el tiempo hacia la nada que hace del hilado la memoria;
allí, firmes, sujetamos
la retahíla que hace de los días
como retoños del sol; ¡alegría retorcerlos cual civiella para mañana
y vuelta a repetir
. Para empezar, contra la rutina,
Les Cortines o
Cueves y sus proyectiles para la infancia de goma
que era obsesión por nada y la absurda crueldad: les
estiragomes.
Y más arriba, en La
Llamera, una historia y el principio
terminable
de salud y necesidad, la entrada contra el hambre a
cambio
de los gritos del silencio en la casa: las radiales que
salen del corazón: donde La Fabrica,
allí las ponzoñas vestidas del mercurio alado, nuestro azogue,
del color,
en los muertos, de sus agarrotadas manos, el camino seguro de un más allá.
Un poco más y El
Murón hace del alma la sima del
vértigo
en el mundo infantil, sus pasos retraídos por el miedo
maternal.
Imprescindible para coronar al alto La Segá y llegar al Corréu
para sufrir el
acerado corte del frío en La Arquera, peldaño
animoso
al mayéu del Chamergu
pendu, dos hijos del latín y su declinar.
Para caer, por el tacto, en el hilamen del Propuzu, la araña tejedora
de los fantasmas que llevan sus letras al centro del
corazón, nunca
deshabitado mientras pueda y haga míos los ancestros
que me legaron el nombre y los ámbitos donde habito.
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