Ni Lesbia ni Catulo para tu trama vital.
El inodoro.
Dictas sentencia
desde el inodoro con cuatro palabras
para tu apotegma;
la tinta, sin dedos, la de tu vagina
que hace con la
cabeza el amasijo que necesita para
consuelo, tu cuerpo,
de Príapo y los
secuaces. Son la corte donde te hacen
de bardos,
juglares y trovadores con tal de sorber el zumo
de tu sonrisa
vertical; el néctar, para ellos, de verte
árbol caído por la
fuerza de tus instintos que también
les arroban cuando
te poseen; su dicha, su felicidad, su
meta,
el objetivo de su
vida para la histeria de un momento
es el jadeo sin
decir tu nombre, ajenos por completo al amor.
En ese momento y
mañana, es todo tu ser, tus apellidos
y la edad, sin fecha de nacimiento. Es tu meta y la
mitad
de tu corazón
que, con la otra, será para el siguiente
cuando te canses
del anterior; que será más pronto
que tarde y vuelta
a empezar hasta que un día aquel
camionero, bien dotado
y geniudo, cansado de tus
devaneos con los
inquilinos de tu sexualidad, hará
contigo lo que la
historia y la morcilla de mi tierra:
sangre. Derrama de sangre para unos ojos vacíos y
llenos de tristeza
pues sin amor, el deseo no basta.
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