domingo, 15 de abril de 2018





 E L   A R A M O

                        
                         Las montañas acentúan la calma pero no dominan los vientos. Stefansson[1]



[1] Jon Kalman Stefansson. Entre el cielo y la tierra. Pag.105. Editorial Salamandra. 

Hay  unos tópicos sociales y literarios establecidos  que diferencian a quienes habitan en la aldea  de quienes viven en la ciudad. Enumerarlos,para contrastar,  es decir una serie de tonterías porque ni la ciudad es tráfago asfixiante ni el pueblo es las paz a la que aspiran quienes  piensan que el karma es la ausencia de ruidos. Lo que los diferencia, a nuestro juicio, es una actitud vital que obliga  a usar el verbo VER para captar imágenes. Por el contrario, con  el verbo  MIRAR se diferencian símbolos. Como es normal, en la ciudad,  quienes transitan sus calles para ver y  cobrar la  pieza en un escaparate, las luces son el imán que acucia un deseo. Por el contrario, mirar la nubes que cuelgan del Aramo en pleno verano por quienes tienen una finca en eras para amontonar con posterioridad, leyéndolas,  saben perfectamente qué decisión tomar para evitar el posible  sofocón. Porque esta montaña en piedra, que emerge en el horizonte como una ola gigante que se alza, impasible,  sobre la vida y la muerte de quienes lo vivieron desde hoy hasta cientos de años atrás. Esta mole con forma de espada, con el corte mellado por los vientos, es un símbolo que nos ofrece todos los días, durante cientos de años, un catálogo de nubes cuya lectura, en tiempos,  era imprescindible para los pueblos  que nunca viven  a sus  espaldas. Leerlas era un saber tan arraigado que pasaba de generación en generación hasta nuestros  días,  cuando ya nadie ni siquiera las ve, con la excusa de un día de playa como previsión. Porque, para el recuerdo, en el Aramo,  hay nubes redondas, como algodón, de un blanco brillante un día de primavera sobre un cielo azul. Otras son de color gris o entre el día y la noche, al atardecer, las hay de carmín y de oro con ocasos inacabables.  Todas ellas nos cifran un mensaje aunque marchen lentas y pausadas o pasen rápidamente. Como aquellas color ceniza, que cubren el cielo y propician una sombra bajo el sol abrasador. Son las que avisan  de una tormenta en ciernes o las del otoño, con su luz opaca y tamizada que hace bellos los paisajes en la seronda. Esta sabiduría local, imperecedera, también desaparece cuando el Aramo deje de ser una vida en quienes lo saben mirar porque leen el alma de sus  espacios vitales. Para las siguientes generaciones quedará una tecnología que prevé nieve cuando ya nadie conoce  el significado de la palabra XARAZÁ .       

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