Hay unos tópicos
sociales y literarios establecidos que diferencian
a quienes habitan en la aldea de quienes viven en la ciudad. Enumerarlos,para
contrastar, es decir una serie de
tonterías porque ni la ciudad es tráfago asfixiante ni el pueblo es las paz a
la que aspiran quienes piensan que el
karma es la ausencia de ruidos. Lo que los diferencia, a nuestro juicio, es una
actitud vital que obliga a usar el verbo
VER para captar imágenes. Por el
contrario, con el verbo MIRAR se
diferencian símbolos. Como es normal, en la ciudad, quienes transitan sus calles para ver y cobrar la pieza en un escaparate, las luces son el imán
que acucia un deseo. Por el contrario, mirar
la nubes que cuelgan del Aramo en
pleno verano por quienes tienen una finca en eras para amontonar con
posterioridad, leyéndolas, saben
perfectamente qué decisión tomar para evitar el posible sofocón. Porque esta montaña en piedra, que
emerge en el horizonte como una ola gigante que se alza, impasible, sobre la vida y la muerte de quienes lo
vivieron desde hoy hasta cientos de años atrás. Esta mole con forma de espada, con el corte mellado por los vientos, es un
símbolo que nos ofrece todos los días,
durante cientos de años, un catálogo de nubes cuya lectura, en tiempos, era imprescindible para los pueblos que nunca viven a sus
espaldas. Leerlas era un saber tan arraigado que pasaba de generación en
generación hasta nuestros días, cuando ya nadie ni siquiera las ve, con la
excusa de un día de playa como previsión. Porque, para el recuerdo, en el Aramo,
hay nubes redondas, como algodón, de un
blanco brillante un día de primavera sobre un cielo azul. Otras son de color
gris o entre el día y la noche, al atardecer, las hay de carmín y de oro con ocasos
inacabables. Todas ellas nos cifran un
mensaje aunque marchen lentas y pausadas o pasen rápidamente. Como aquellas
color ceniza, que cubren el cielo y propician una sombra bajo el sol abrasador.
Son las que avisan de una tormenta en ciernes o las del otoño, con su luz opaca y tamizada
que hace bellos los paisajes en la seronda. Esta sabiduría local, imperecedera,
también desaparece cuando el Aramo deje de ser una vida en quienes lo saben
mirar porque leen el alma de sus
espacios vitales. Para las siguientes generaciones quedará una
tecnología que prevé nieve cuando ya nadie conoce el significado de la palabra XARAZÁ .
domingo, 15 de abril de 2018
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