Libre, por fin, de tus oscuras palabras y de la obscena presencia, esta invitación a la alegría.
INVITACIÓN
Es la hora de amar la
soledad. Es la hora -yo soy mío- del
bosque encendido.
Antonio Rigo.
Entre el follaje y
las sombras llenas de luz que me arrojan
en brazos del canto de
los emboscados en robles y
castaños
protegidos contra el nombre y la vida, por el sonido.
Y por la brisa que alivia con su frescura, en el corazón,
la victoria de la quietud tras, previas, tantas
derrotas. Entonces,
por todo y un poco más, con rasguños del dolor y sus rescoldos,
del pasado, nada es tiempo
cual sujeto que se enroca ,
pasivo, en los pliegues
de mi alma: son ámbito y placer
los dientes de(l)
león, rabiosos en el verde,
que hacen de mis pasos redundancias de imágenes
cuando llega quien desea el tacto de mis palabras:
tímida, se
reboza Cálida en el polvo y me
rodea con sus maullidos
la cintura de los sentidos. Y mientras, en la higuera, es envidia
el cerezo embriagado
por la sazón del color
en el paladar.
Abro, entonces, mis sentidos a la razón
y hago música con las cuerdas del corazón, una sinfonía:
mis árboles son alma de los pájaros que hablan
de los ojos de
Dios, hijo de las estrellas y de la infinidad;
aletean para
llegar conmigo al mañana
y decirme,
con las hojas hechas violín, que sus notas de suave
crepuscular, serán siempre y mañana, con esperanza y
convencimiento, la
fuerza del nombre en la
rueda del vivir.
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