En España, una mayoría lee poco y una minoría lee demasiado. ¿Hasta cuándo este desequilibrio?
Mis
libros, los libros.
Nunca fue un desamor desabrido, en el tiempo, ajeno
a los latidos de un corazón; nunca ninguno, en todos los
días,
fue repelente al tacto; nunca todos, en números, fuisteis
ni poco ni mucho ni algo o bastante; como el aire del
alma,
disteis vida a los enigmas, del amarillo al blanco o
viceversa,
que, sin tregua
, traía la responsabilidad del vivir: sus avatares
o las sombras de Caín y los entrañables misterios
de los corazones rotos; erais el campamento,
la fortaleza mejor, donde el futuro oculta la esperanza,
siempre rijosa y contra sí misma; erais la farmacopea
de papel con las palabras justas para el amor en el
mantel
de la frialdad, con páginas y apellidos que dignifican
los componentes de ceniza que nos arden por condición.
¡Mis libros! Los libros todos que son mis dedos
y la sangre de mi memoria
o la madre del recuerdo
casi, como el sudor, cuajado en los poros de mi piel.
¡Mis libros! ¿ Dónde vuestro destino cuando
las caricias sean fruto de vuestra soledad?
Me llevareis, sin embargo, en vuestro silencio
y en la espera de
unos ojos que os vuelvan a mirar.
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