sábado, 27 de julio de 2019





En este instante, breve y duro instante,
¿dónde el deseo, avispa de las  miradas? ¿Será verdad
lo que me grita el silencio que nunca lo es, insolente?
Que me  deje de nombres y evite  la escondida
senda del tacto y sus mordidas, en sangre,
es su demanda.

¿Y las palabras?

Sí, quedan las palabras. Su aroma, el soterrado perfume
que las viste de amorosa
variedad, la sutil mariposa como un corazón.

¡Las palabras!

Son el camino, el Moisés  del mar o del amor,
las que exploran las sombras
que nos regalan como frutos
de  la edad, nunca tardía. Son los  trucos
del reloj  que llevamos para pensarnos cuando
hurgamos, ciegos,  en las ruinas
que habitan las telas de mi  inteligencia. 

sábado, 20 de julio de 2019









El adverbio.

Con el alba, en el balbuceo del amanecer,
sin aprendizaje alguno, estás incrustado
 en el alma: espacio y tiempo arrullándonos
en silencio, obviando las miradas. Lo mismo que un pecado.

Y si largo el camino -¡cuanto más largo!- como escudero
de las contradicciones de paloma
con pluma de  gavilán, eres exacto y puntilloso o acerado
para la pústula del amor, el remordimiento :
un adverbio de azul,
mi patrimonio de coral en el dedo corazón,
me retiene en la esperanza
del vivir como recurso principal. Cualquiera
sea, es rotundo en el lagrimeo y te obliga
a volver y cifrar los deseos
en el silencio que habla con tu oscuridad.

domingo, 14 de julio de 2019


                                                    PIEDRAS MARCADAS

Había preparado bien los fundamentos del reportaje. Había consultado las fuentes todas que hacían  alguna referencia al encierro de Barredo: discursos, reseñas, hemerotecas. Pensaba, mientras lo hacía, que de ninguna manera la demagogia teñiría ni total ni parcialmente las ideas que manejaba para el trabajo que preparaba. Y cuando corría el riesgo de una desviación o para descansar, se sumergía en el espíritu  de África de la mano del escritor que le ayudaría a descubrir el continente desde otro punto de vista, Ébano. Fue entonces cuando, de repente,  encontró  la fórmula para redactar el informe, tan sencilla como el estilo  de Kapuscinski quien escribe que África no es un continente. África es  pueblos, tribus, clanes, aldeas, ritos, violencia y enfermedad. ¡África no existe!  Justo la idea que necesitaba para empezar el trabajo: nada de nombres que puedan mascullar despecho, farfullar argumentos  o  atizar venganzas. Es la idea  que necesitaba  para entrar de lleno en la ciudad- protagonista de su reportaje, sin molestar. La ciudad cuya historia quería sacar de las garras del olvido, la ciudad cuya principal peripecia, en estos años, fue contar los dineros sin rastro que llegaron cual maná en el desierto para los hambrientos de pan: aquellos ojos en el negro del carbón en el rostro, lámparas. Las  manos que ayudan a los partos de los montes en el cuerpo de la mina, expertas, ágiles y minuciosas. Almas  cruzadas por las vetas todas  que el miedo y un futuro terror, la inseguridad,  provocan en las simas del pensamiento: como las del carbón tras las que aúllan la ambición y la avaricia sin compasión. 
Fue entonces un  remolino, alma del tornado que provocó nuevos destinos, diferentes tormentas, muchas miserias, y apuntes geográficos donde las biografías de antaño quedaron desdibujadas en las cuantías del oro,  prejubilaciones. Fue entonces una ciudad diferente, llena de nombres sin gente, llena de actitudes y muestras de ostentación. Una ciudad que perdía lenta e inexorablemente, sin prisa y sin pausa, las letras de su nombre por el óxido del euro  que el tiempo manda para corroer los pilares que eran  el sustento de su futuro. Desde entonces el mañana es un congelado de  esperanzas que provoca, seguro, aires mortecinos en  las fachadas de siempre.  Por aquellos cíclopes de la libertad, salen ahora  a la calle manos de manicura que arranca de los dedos los colmillos del carbón; kilómetros de músculos tersos, brillantes, a lomos de la más alta tecnología del ciclismo, ropas y bicicleta. Cuerpos aromatizados del macho en la ciudad, amante del ejercicio que borra la memoria del aire de la sílice asesina. Pobre  ciudad, desarmada por la estupidez cuando todas las razas de perros de raza  son mensajes de status  y delicadeza con alma de hipocresía. Pobre ciudad cuyo blanco  de peatón lleva el traje de la altanería en sus ojos contra la deferencia: - Ya sé que puedo pasar. Dicen y, desafiantes, cruzan.
 También recogeré, en recuadro,  un producto social  tópico de su ambiente. Producto colateral de la circunstancia,  imposible dejar fuera las soflamas incendiarias, cual nueva Sodoma, de aquel falangistón, culto y  excéntrico, contra los nuevos ricos, vecinos de sus carencias en tiempos de tragedia: bien quisto, sus dicterios en los templos de la gula, las sidrerías y sus centollos, eran la comidilla entre quienes participaban en la degustación de las exquisiteces del mar. Aunque no lo entendían porque nunca lo escuchaban. Nunca lo entendían porque el griterío, en el templo,  ahogaba sus palabras. ¿Que  nuestras jubilaciones nos hace gentiles, educados y pulcros? –Pues claro. Decía el de la esquina con un trozo de langosta en la mano. ¿Qué son la piedra de toque de toda amistad? Sin duda, jajajajajajajaja: todos los fines de semana nos juntamos la peña  para degustar un cordero a la estaca. ¡Qué mejor pues también dice que el oro es el padre del pan! Además es fuente de vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales. “ Así que posiblemente sea la envidia o la mezquindad el móvil de tus críticas”. Escucha alguna vez del  socarrón de turno, seguro de que su pensión llega, puntual, el día trece del mes siguiente. 
Y el falagistón, harto de los futuros  caídos en España por la gota y el colesterol, busca, con los luceros del amanecer, el  cobijo en su alma  que encuentra consuelo en sus reflexiones cuando descansa del  peregrinar en el raido butacón de su cuartelera habitación. Se siente poeta de  los laberintos insondables. Y como ellos, en las vetas de su sensible corazón, también se siente con boca de caballo porque presiente un destino, el suyo,  ligado  a la nada de su ideología trasnochada!  Y admira en el silencio de la noche, ¡envidia sana!,  a los poetas que presienten una muerte temprana. Como el poeta inglés  Keith Douglas, el preferido, muerto a los 24 años durante la IIª guerra mundial, en un pueblecito francés. Y  el poeta lo sabía. Sabía que una bala segaría su vida.  La misma que mato a Lorca  y lo sabía ¡Bárbaros! Por cierto, del  Keit me gusta cómo  describe, con elegancia suma, la educación y valores del conservador comandante de su regimiento. Aunque lo compara con  un elefante en una cacharrería, por sus formas,  carente de tacto en absoluto y sin imaginación alguna. Más  que nadie, escribe, este comandante tenía la virtud de sacar de quicio en el menor tiempo posible a todo un regimiento. Sin embargo, ni un ápice de acidez en las palabras del poeta. Y el falangistón piensa con cierta ironía  en estos pobres hombres, ricos desclasados a los cuarenta años de vida y pocos de trabajo, cuyas vocingleras conversaciones son el interminable discurso del hablar sin decir: para ellos, el día se mide en los kilómetros de la  bicicleta o los planes para vacionar en Roquetas de Mar, con la temperatura del agua como idea única para escoger el bañador. Y como el comandante inglés, pero sin saber estar, tienen aversión a la conversación intelectual, la música y la pintura. Y al contrario que el comandante inglés, nunca sabrán poner una palabra  para describir cómo  se maneja un hacha o se dispara un rifle. Ni para hablar del  tiempo de las cosechas o de la  sangre de sus ganaderías. Por descontado, si en el comandante inglés son temas  que sacan a la luz su amor por la campiña inglesa, en estos nuevos ricos estorba su afición por justificar el despilfarro  con la  displicencia  como argumento para su nuevo status social. Pero  una vez más,  cansado, el falangistón arrulla sus pensamientos con el silencio y la tristeza por el rechazo que siente y la incomprensión manifiesta.
Y entonces deja paso a la autora del reportaje quien recopila  y  transcribe los datos sacados del estudio sociológico sobre el tema,  de reciente publicación; sabiendo que  hoy, en el 2014, la sensibilidad ya es otra, rehuirá la tentación de lo fácil, sin embargo, por el respeto que le merecen los de entonces, los otros mineros. Aquellos. Tal vez por la cuna que la meció,  y que tenía  como juguete la angustia del grisú. Tal vez porque el carbón tiñó de negro las canas de la familia… El caso es que el tono no es el habitual, cuando  Laura habla de los mineros que fueron vecinos. Y  la crítica acerba como sustancia, no ha lugar pues  la autora pertenece a otro momento de la historia de este país: cuando camarera para pagar sus estudios, el esfuerzo era el motor de su vida, y la información, en un pueblo de provincia y periférico, era el gusano que la devoraba cuando recortaba los artículos de opinión de los suplementos en la cafetería donde doblegaba el cansancio con la necesidad de trabajar: el camino fue abrupto , y el esfuerzo ingente para conseguir los objetivos marcados. Hacer bien la tarea encomendada buscando siempre la calidad. 
No son de extrañar, entonces, las fuentes que usa como referencia,- Quevedo, Rubén Darío-, y ¡oh sorpresa! Michel Qoist con su Oración por un billete de mil pesetas:

Me asusta, me da miedo
Porque tiene muertos sobre la conciencia.
Todos los desgraciados que se suicidaron a destajo
Buscándolo,
Para hacérselo suyo, poseerlo unas horas,
Sacarle unas migajas de placer, de alegría, de vida.

Muy apropiado, por cierto,  para la descripción del  mundo de los suyos, otrora, con el carbón en la sangre. El texto era el filón que le permitía encontrar la veta  con nombres en los ojos que poblaban los recuerdos de  su infancia, alma de tantas sombras como allí estaban igual que  piedras marcadas por la tragedia de una explosión.

Por eso divagaba con sus escritos de notas en la noche cuando, acompañada de Luci, buscaba contenidos que susurrasen su sentir con aquellos que a estas horas arramblaban los sueños a la esperanza: volver después de entrar en el pozo, sabiendo que, sin tiempo, desde siempre,  había mucha muerte detrás de tanta riqueza: boina raída, traje azul-marino, zapatos de planta interminable, bombachos;  prole numerosa por el ansia de vivir y del momento, la mina era el alma de su vida, la madre de los pequeños placeres, escribía con rapidez para que nada fuese escritura en el agua, camino del olvido. Entendía ahora el afán suyo por estar siempre quietos, frente al sol, en reposo el alma y el cuerpo como el bien impagable que era no estar en la extracción del carbón, sin memoria del peligro: espacio de vida para otra vida que no fuese la sombra y el silencio de la galería. Entendía también que el vino, aire de la alegría,  alimentase la efervescencia de la palabra recia y el espíritu. Y entendía que su principal misión era la procreación sin pausa, el trabajo, el libramiento y la soledad: nadie entraba en los recovecos del miedo que le atenazaba sin sentirlo. Entendía, sí,  la razón de los instantes y el momento, sístole y diástole de su sin vivir. ¿Quién pone puertas al pulmón que el odio de la sílice corroe? Y ella anota en su cuaderno que un impulso del corazón es  lágrima  en  sus ojos.  Lía un pitillo-afición escondida- para respirar hondo y sigue para recordar la razón de ser allí, ellos, carne de yugo, uncidos al olvido y a la desesperanza. ¡Mal fario su vivir! Anotación.

Y así un día, las noches y otro día: Aquí se vive como se puede, se mantiene malamente  la esperanza, nadie sabe de qué, son las reflexiones de aquel martes de lluvia, escritas en el pórtico de la capilla. Que tiene su espadaña y  la campana en cumplimiento de una promesa en la guerra. Y un santo protector - ninguno mejor que San Antonio de Padua-;  elementos de construcción sin lujos, y paredes blancas sin referencia escrita alguna, como todas las ermitas del ámbito rural, tiene vocación de capilla, y la cumple feliz: es cáliz, cual sangre vecinal,  de las esposas, hijas, viudas o madres que la habitan. Es el espejo que recoge sus almas asustadas, llenas de inquina contra la impotencia y el sufrir. Es un concepto. Sus cimientos están en el aire que entra en las cocinas de la necesidad, son los brazos de la firmeza que se necesita para olvidar que la tierra que los persigue los hará suyos para siempre. Sobrevuela el círculo de la convivencia como símbolo de unidad, cual vértice de Muñón. 
Es  San Antonio quien saca en volandas, a la procesión, la identidad de la familia, ejemplos, cada una, de la lucha por la supervivencia, noria que gira alrededor de un mandil. Con la cocina cual patio de armas, la limpieza y la división en días del montante del jornal, la madre  es el recurso para sostener el erario familiar: parto de los montes su permanente vivir, sabe que algún día las viejas plañideras la harán dueña única de los trabajos y los días, en soledad, en tálamo del dolor. Será entonces su vida milicia contra la malicia, sombra torva del hambre de pan, las múltiples  vidas de sus entrañas son el cielo de sus recuerdos, las nubes que fertilizan sus palabras, los colores  para las formas de sus pensamientos.  Destino el suyo oculto en el sembrado más allá de la ería, escrito en la línea del horizonte. Apunte de un  atardecer.

Y para cerrar, en la búsqueda del verde que tiene su punto y su luz y aire propios, un apunte geográfico para ubicar a tantos con un nombre colectivo: un mapa para el corazón de este cuerpo cuya sangre es la propiedad: las marcas con sus árboles cual merlones de la ambición, el mojón que habla de la línea de la mezquindad, los avatares de la fortuna en los registros de la propiedad. Señas de identidad para almas gemelas que beben los chorros del arcano  que sale donde no hay nada que esperar. Nada porque más allá del tacto todo es búsquedas y disculpas y argumentos para romper el silencio, frente al sol, sin amanecer, todos en la plaza que es  ágora de las manos que siempre hilvanan los trapinos  del ayer.  

 Fueron aquellos con boina, lámpara de mecha y picachón  los que abrieron las puertas del consumo a estos voraces depredadores de ahora que las cerraron  a los siguientes, sin remedio, a cal y canto para siempre. 
Es la diferencia.

miércoles, 10 de julio de 2019






Del verano a la seronda.



El pintor Hugo O´Donell, con tres ideas, describió la actualidad del mundo rural y su futuro, nunca a largo plazo. Escribe que del mundo rural de entonces ( siempre en la vida hay un adverbio de tiempo por el medio) sólo quedan tres características: el colorido propio de las estaciones, el canto de los pájaros y el silencio de la noche. Un certero resumen porque  nuestras aldeas  cada vez están más cercadas por una feraz naturaleza donde anidan las pegas que roban, golfas, los huevos de los malvises.  Y como no hay perros que ladren a la luna porque ahora duermen en la casa, con los dueños, el silencio, como diría Blas de Otero, ahoga la voz en el vacío inerte. Sin embargo, aún restan alguna labores de siempre que se mantienen como testimonio de lo que fue el durísimo trabajo de aquel mundo rural y que era sinónimo de supervivencia.  El primero de ellos es la recolección de la yerba con sus saberes y aromas tan especiales, según estado de curación: del "tender" la hierba   pasamos a los burraxos que son los que adelantan la curación imprescindible  para amontonar o empacar y apilar posteriormente  en el payar. La otra actividad que recuerda aquellas caminatas de horas, camín del puerto,  era la subida del ganado a los pastos de altura en junio arriba hasta que la nieve apriete en la seronda; y aunque se mantiene en la actualidad dicha costumbre, sin embargo lo que antes eran madrugones y caminatas de horas en mulos o andando para controlar el estado de los ganados, ahora se resuelve con una hora de automóvil. Y como antes, aunque con menos exactitud, la toponimia y los cencerros son el GPS que orientan, en esos parajes tan uniformes,  al ganadero  cuando la niebla espesa desdibuja cualquier referencia a los puntos cardinales. Es lo que queda hasta que  los drones sustituyan a los pocos paisanos que todavía transitan los senderos que siempre conducen a Roma, como todos los demás. Y pese a todo este mundo rural que lenta y trágicamente desaparece, como aquella Vetusta de Clarín y sus habitantes que  siguen durmiendo la siesta para resolver una apacible digestión, igual ahora con tanto funambulista de la palabra como tenemos en la política actual.

domingo, 7 de julio de 2019









¡Todos los días  del alma  me recorre tu nombre!
A la carrera o despacio, lentamente,
me coge de camino y va de mi corazón
a las infinitas palabras que un amor puede atesorar.
Y para decir o callar, no basta con esperar. En el tiempo,
 como bien sabes,  con tus pasos en la alfombra
de  mis  sueños, hollabas tantos silencios
como palabras atesora un corazón.

viernes, 5 de julio de 2019









ELEVACION DE LA INOCENCIA.

Es    camino del viento, Covadonga,  un revuelto de sueños
y  luces sin palabras. Un remolino por la inocencia
 y por los velos de las nubes en  las sendas del recuerdo.

 Las mismas que me hacen, con el agua de Orandi,
niño deshabitado por hambre del amor
maternal, en el alma incrustado como velón
que tiene pábilo del tiempo, instinto puro  de consunción.

Y desde entonces,  cuántos pasos  de polvo y palabras,
 cuánto poso en el alma por nombres y penas, las ausencias
de siempre: la cerámica del amor, fuego ardiente en el papel
hasta  los días en Covadonga:  ya rotos los cepos del deseo,
la alegría por el gozo de volver atempera las nieblas
que fueron del ayer como sombras
de los castaños, vetustos, que nos rodean.

Prisionero del instante, cada esquina en su piedra esconde
un recuerdo que cruza la memoria
cuando la historia de aquellos días son imágenes
de pronombres colgadas en el balcón que trae
las quejas de los hijos de la tierra, árboles Covadonga,
compañeros que fueron y serán, como tú, para siempre.