El poder del dinero
En este mundo actual donde el consumo es un objetivo único en
nuestras vidas, cuesta trabajo encontrar alguna actividad social que no sea una
manifestación clara y manifiesta de su ostentación. Todo es el espejo donde se
refleja nuestro poder adquisitivo según nuestra capacidad económica. La ropa,
las casas y su interior, que son la geografía de las personas, los coches, los
restaurantes, la afición cinegética con sus "todo- terreno",
apabullante ... y así sucesivamente hasta llegar al más mínimo detalle. Es
hacer cierto el "efecto Mateo", el evangelista:"al que tiene
más, se le dará, y al que tiene menos se le quitará para dárselo al que tiene
más tiene". Y para los lectores de LA VOZ DE LENA, la misma idea, pero en
verso: "El señor don Juan de Robres/con caridad sin igual/hizo hacer este
hospital/ y primero hizo los pobres". Esa es la función del consumo: hacer
más pobres a los pobres. Porque la idea del progreso económico no puede estar
orientada, en exclusiva, a la creación
de riqueza privada; como tampoco puede ser indiferente a las ideas de bienestar
colectivo y justicia social para fomentar un mediocre aumento de salarios o un
aumento de las desigualdades. Y así sucesivamente para buscar una explicación a
esos carros hasta los topes, empinados de alimentos, que salían de las grandes superficies como si estuviésemos sujetos a escases
trágica. Este paroxismo por acaparar de
todo más el surrealismo del papel higiénico ¿a qué se deberá? Con perdón, pensamos en el afán desmedido de
consumo que nos lleva a pensar en el verso de Rubén Darío: "cantemos al oro, padre del pan". Y
nos obliga a pensar también en la ausencia total de solidaridad. Este
egocentrismo estúpido nos impide pensar en que alguien viene detrás y
quizás no pueda llevar ciertos productos más baratos porque nosotros arramblamos
con ellos y que tiene hijos o su sueldo es consecuencia de esta época de
sueldos de miseria que nadie trata de corregir porque el poder económico y el
político hablan de progreso sólo cuando
los beneficios están a favor de ellos. Nos obliga a pensar que estamos en la
España de siempre, un país rico donde la
pobreza tiene muchas más nombres de lo que parece. En definitiva, no hay
razones para el optimismo en esta sociedad de consumo que, por este ejemplo, ni
le importa los más débiles ni los más jóvenes ni las mujeres rotas ni el medio
ambiente esquilmado. No le importa nada. ¿Podríamos decir que esto es España?
Bien que me jode pensarlo.
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