miércoles, 25 de marzo de 2020





PAQUÍN GRANDA


                               Paquín Granda era un alma. Cuando buscaba un deseo, el cuerpo era unos ojos fijos en el horizonte. Cuando una idea obturaba su alma, la palabra era la mano con dedos de humo mecido por el viento. Cuando la soledad bañaba la sombra de su figura, buscaba la compañía al acecho y rececho por sorpresa y de casualidad. Con el dolor a cuestas que retorcía las cuerdas del corazón, la esperanza con lágrimas atenazaba su voz. Paquín Granda estaba hambriento de bálsamos para las heridas por las esquirlas del color. Paquín Granda era un trazo en el aire que recorta la figura de un corazón: embelesado por una ilusión, quijote por dulcinea, desconocía la aldonza que había en aquel corazón:
pacata y ventana de lo efímero, la indiferencia era el hielo en el ansia de Paquín. Paquín Granda era  el corazón de una vida que volteaba opresión, represión,  estulticia y dolor. Cual terapia de la risa y la sonrisa del mezquino sin  sombra de la compasión, en el circo de la crueldad, los  Monsieur Homais que viven en el vacío del silencio anodino de la incomprensión,  hacen de Paquín Granda el Max Estrella de Valle-Inclán.  Paquín Granda era un  espacio y el tiempo, la paloma que picotea la necesidad de una compañía: el discurso de la sensatez con la sal de la chispa para una idea.  Era aroma del amor. Paquín Granda era el arte en esencia cuando brillaba en sus ojos la pasión del color que buscaba el sexo de la pasión. Paquín Granda, el monedero de mi fantasía, heterónimo de mi vocación;  una idea  que se desdobla cuando el recurso que me habita dice que Paquín Granda soy yo.

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