PAQUÍN
GRANDA
Paquín Granda
era un alma. Cuando buscaba un deseo, el cuerpo era unos ojos fijos en el
horizonte. Cuando una idea obturaba su alma, la palabra era la mano con dedos
de humo mecido por el viento. Cuando la soledad bañaba la sombra de su figura,
buscaba la compañía al acecho y rececho por sorpresa y de casualidad. Con el
dolor a cuestas que retorcía las cuerdas del corazón, la esperanza con lágrimas
atenazaba su voz. Paquín Granda estaba hambriento de bálsamos para las heridas por
las esquirlas del color. Paquín Granda era un trazo en el aire que recorta la
figura de un corazón: embelesado por una ilusión, quijote por dulcinea,
desconocía la aldonza que había en aquel corazón:
pacata
y ventana de lo efímero, la indiferencia era el hielo en el ansia de Paquín. Paquín
Granda era el corazón de una vida que volteaba
opresión, represión, estulticia y dolor.
Cual terapia de la risa y la sonrisa del mezquino sin sombra de la compasión, en el circo de la
crueldad, los Monsieur Homais que viven en el vacío del silencio anodino de la
incomprensión, hacen de Paquín Granda el
Max Estrella de Valle-Inclán. Paquín
Granda era un espacio y el tiempo, la
paloma que picotea la necesidad de una compañía: el discurso de la sensatez con
la sal de la chispa para una idea. Era aroma
del amor. Paquín Granda era el arte en esencia cuando brillaba en sus ojos la
pasión del color que buscaba el sexo de la pasión. Paquín Granda, el monedero
de mi fantasía, heterónimo de mi vocación; una idea
que se desdobla cuando el recurso que me habita dice que Paquín Granda
soy yo.
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