Un viejo amuleto para una vida de magia.
Hubo un
tiempo y un libro; y hubo un nombre y un mito; imprecisa la memoria, en busca de
las palabras que ayuden para el recuerdo,
tu nombre, en la portada de un libro,
con vivos colores y el autor - Don
Benito-, es tea que te desdibuja, sin historia,
en mi vida; del todo ajeno a los múltiples órdagos de tu periplo vital, fuiste amuleto,
sin embargo, en los trasiegos todos que mis pasos marcaron. En el principio, eras el libro,
inasible a la inteligencia; eras la
devoción por la fantasía que abría la puerta contra las miserias de la
incomprensión: por supervivencia, sin saberlo, suponía que más allá de las durezas de las
manos con hambre y sin sentimientos, había hálitos de vida que serían siempre
una liberación. Adolescente impuro, cual fetiche, Narváez, cuánta esperanza en tu arcano nunca
desvelado, nunca holladas tus páginas por mis dedos encadenados a un sino más
bien marcado. Fuiste conmigo hacia luz y hacia la vida, en silencio y sólo presencia
permanente. Una caja de música con el sonido del tiempo.
Y como
entonces, en el 65 de mil novecientos, llegamos juntos al 16 del año dos mil,
con menos brillo en tus hojas y el mismo de siempre en mis ojos: de un 23 de
agosto a un final de julio, 50 años después. Y para ser otra vez talismán, un vuelo breve y
todas las semillas ocultas en tus entresijos, serán aroma y perfume del
recuerdo que mañana anidará en otro corazón.
Sin olvidar
al tío Nicasio para dar veracidad a mi historia. El me confiaba
cuando la envidia corroía las palabras de quienes decían amor que era
pedradas; sin embargo, para mi alma asustada era el
afecto y el apoyo con las caricias, y la moneda que me dio el libro, Narváez. Para el imaginario de entonces que
es un presente con historia, el hombre y
un mito: el tío Nicasio, disuelto en la niebla, afectiva ausencia.
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