Versos para el desayuno: Bien que sabías, Ridruejo, que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Es lo que pesa sobre tu nombre.
Muertos míos de Rusia,
heladas rocas
Que fortifican una tierra
ajena
Bajo la vasta luz de la
nevada.
- Hombre impulsivo, vocero del cesar visionario y posterior rastrojo para
leyendas imperiales, lo redime esta poesía, estos versos, esta evocación: cuánta
llama sin sombra, cuánto pueblo sin nombre, cuántos cristos sin cruz para dar fe de una vida ante la nada.
El alejandro magno de las batallas y sus sargentos de la plana mayor,
miraron con la espalda a estos valientes
y les negaron el nombre de historia a sus hazañas. Sólo un poeta, Ridruejo, los
mete en el verso y los saca en volandas
fuera de la insania.
Como siempre, cuando digo pueblo, ¿hablo de España?
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