Maternidad: las
ciento cuatro y mil raíces de la vida.
¡Niños! Almas del alma y ansias asidas al credo de la
palabra: la nieve
y las yemas de sus dedos como árbol con la esperanza del
rayo que arde
en las risas de sus ojos y en la esperanza de su infinitud, el instante.
Son tus niños. La magia del amor asida a las raicillas
que embridan el tiempo con el silencio
y el recuerdo contra el olvido: hijas de la mano amorosa
y las tiernas
miradas que hacen formas de las ideas, acumulan sabores
con el agua
y con esta nieve, al día de la fecha, por noviembre, en
Carraluz, abren a la tierra
el apetito de una maternidad. Aunque por tu mano duermen
en el riego
su intimidad, la
esperanza de trascender hacen de tu persona, como
estas hijas de la tierra, tus cebolletas, los milagros
del credo y la confianza:
cuando llegan a tu sabor o son lágrimas en tus ojos de
ilusión, hacen de tu corazón
los planetas de la oscuridad; cada una de las ciento cuatro y sus mil
raíces de la vida,
hijas del tacto que te habita, cada lluvia que brota en
busca de la luz en el centro
de su corazón, es un clamor. Te llaman para que
participes de ellas en cada una
de sus argucias para sobrevivir; para que seas la fuerza
que las embriaga cuando
sueñan, como tú, con el aceite derramado en el verde del
sabor y el color.
Aman tus dificultades y te prestan las venas
para tu resurrección. Sustraen
al invierno todas
las formas y ventiscas que sirvan para afianzar
las tormentas de tu alma al lienzo acristalado como miel;
para que sean el trazo
demoledor del cansancios o las asperezas del vivir; para
que hagas de tu
mano la nieve
donde ellas beben las palabras asidas a la maestría de las ciento
cuatro y mil raíces de la vida que tienes en Carraluz,
donde el amor es una revuelta
en el camino, la forja en tus colores y palabras con el
fuego de tu pasión.
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