Lluvia de estrellas.
Así en la tierra como en el cielo, padre nuestro; en el
cielo,
lluvia de estrellas a cientos como palabras del
universo
y los sustantivos en común que nos hacen prorrateo
con su afán
indigno de la diferencia: todas son y brillan y
deslumbran en la noche
tan oscura del alma como su fugacidad. Son todas de
lesa humanidad
en gavilla cuando nos hacen del ojo, la imagen-
destello
del vivir sin tiempo y en condena como la fugaz
palabra del amor:
empaladas en los mitos y sus pasiones,
únicamente el nombre es la memoria
que lleva a las espaldas, en sus Gemínidas,
los avatares de tanto furor
embaucado por el deseo y los plumajes para los
apetitos de la pasión.
Táuridas,
Úrsidas o Perseidas son fuegos artificiales del pallida mors
que
nos habita con el ansia de vivir y
tantos desatinos
de
impacientes viajeros por caminos rebosantes
de la nada.
Es
la misma, devota del Caronte y vivero de
las muecas,
que
destila a medias, sonrisas de hielo, nuestro fin principal:
ser
engañosos cometas de textura frágil, como la palabra o
la lluvia de estrellas. Las mismas que nos dicen
cuando brillan
que
no sabemos ni adónde vamos ni de dónde venimos: la ironía del vivir
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