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La chimenea
Si nuestro Ayuntamiento buscase
un símbolo que resuma, con un golpe de vista, el ámbito rural de nuestro
concejo, la chimenea de aquella casa familiar
construida en piedra en una aldea sin nombre de nuestro concejo, sería el
apropiado; pues esa chimenea, querido lector de LA VOZ DE LENA, sería el
símbolo más representativo para el escudo de LENA que bien se podría modificar
para poner en uno de sus "cuarteles" a quienes de verdad sustentaron,
con su trabajo y su silencio, el cotidiano vivir desde siempre : desde su
fundación por aquel Alfonso X el Sabio,
de gloriosa memoria, hasta nuestros días; para la historia, una chimenea, con
su humo en bucle, de una casa rural de cualquiera de nuestras aldeas podría
sustituir a tanta clerigaya y a tantas "manos muertas" como figuran
en los cuatro cuarteles de nuestro escudo. Rasca un poco la dignidad el olvido
sin disimulo de quienes fueron y son conservadores del ámbito rural que nos
caracteriza, nuestros aldeanos.Y como siempre con las ideas que rompen una
línea de puntos, muy frágil, de la historia, habrá reacciones de los bien
pensantes, nobles y sesudos varones, que
alzarán la voz y emitirán todo tipo de juicios contra esta propuesta. Es lo
mismo: modificar un símbolo con elementos trasnochados, y que poco o nada
contribuyeron a una estabilidad concejil, no es romper con el pasado. Porque si
alguien contribuyó a nuestra configuración actual, fueron nuestras aldeas y sus
habitantes quienes la conformaron. Y ya está bien, ya es hora de dar a cada cual lo suyo y lo que se
merece. Es de justicia.Lo que sí me gusta de este símbolo, la
chimenea con su humo en bucle, es que a muchos
lenenses, la mayoría, nos habla de huerto al pie de casa, de aquella
cocina y aquel forno del pan, la
cena después de un arduo día de trabajo,
las conversaciones y los silencios de las mayores: son muchas las palabras que
lleva el viento en el humo de una chimenea, y que nos hablan de una vida familiar que, sin prisa y sin
pausa, terminará desapareciendo porque cuando una chimenea se muere, la casa
familiar queda en nada; la misma nada a la que se llega por el olvido, la
muerte y el silencio: como escribe el poeta peruano César Vallejo, Todos han muerto./Murió doña
Antonia, la ronca que hacía pan barato en el burgo,/Murió el cura Santiago.../Murió
mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modas de heredad, en tanto cosía /en
los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer./Murió
un viejo tuerto.../Murió Rayo, el perro de mi altura.../Murió Lucas, mi
cuñado.../Murió mi eternidad y estoy velándola.”Pero nosotros, que, por suerte,
no somos poetas también podríamos describir con nombres propios el vacío
trágico de nuestras aldeas; como escribe el mismo Vallejo: –No vive ya nadie en la casa
–me dices–; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen
despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido. Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien
queda.Y antes que la muerte y el olvido y el silencio hablen de pueblos vacíos
y abandonados, pensar que merecen un recuerdo y un sitio en la historia real del
concejo, no es un disparate; y pensar que nuestros pueblos bien merecen una
representación en el escudo que representa a nuestro concejo, tampoco es un disparate.
Aquellas casas de piedra de nuestras aldeas que tanto
contribuyeron a la historia de nuestro concejo, bien merecen un puesto en la historia
que nos costó tanta sangre, sudor y lágrimas.