jueves, 24 de agosto de 2017





Mis  telas  de araña.
                 No son los nuestros dos corazones deshabitados
                                                                                             V. Wolf

¡Mis telas de araña, como la inocencia!¡ Su fragilidad!  Cuánta  belleza en el viento
 como el recuerdo, contra la vida, y su  feroz resistencia.
¡Ah,  los recuerdos! Desde el alma a la palabra, se desgranan
en el tiempo hacia la nada que hace  del hilado la memoria;
allí, firmes, sujetamos   la retahíla que hace de los días
como retoños del sol; ¡alegría retorcerlos cual  civiella para mañana
y vuelta  a repetir . Para empezar,  contra la rutina,  
Les Cortines o Cueves y sus proyectiles para la infancia de goma
que era obsesión por nada y la absurda crueldad: les estiragomes.
Y más arriba, en La Llamera,  una historia y el principio terminable
de salud y necesidad, la entrada contra el hambre a cambio
de los gritos del silencio en la casa: las radiales que salen del corazón: donde La Fabrica,
allí las ponzoñas  vestidas del mercurio alado, nuestro azogue, del color,
en los muertos, de sus agarrotadas manos,  el camino seguro de un más allá.
Un poco más y El Murón hace del alma la sima del  vértigo
en el mundo infantil, sus pasos retraídos por el miedo maternal.
Imprescindible para coronar al alto La Segá  y  llegar al Corréu
 para sufrir el acerado corte del frío en La Arquera, peldaño animoso
al mayéu del Chamergu pendu,  dos hijos del latín y su declinar.
Para caer, por el tacto, en el hilamen del Propuzu, la araña tejedora
de los fantasmas que llevan sus letras al centro del corazón, nunca
deshabitado mientras pueda y haga míos los ancestros
que me legaron el nombre y los ámbitos  donde habito. 

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