jueves, 14 de abril de 2022

 

Lenguaje: "lo que aprendí viviendo"

Con el lenguaje, esa capacidad inherente al ser humano, nos comunicamos en sociedad por medio de la palabra como recurso principal. Y tiene una característica, entre tantas,  que lo diferencia del animal:  por medio del mismo, como escribe J. Semprún, podemos transmitir hasta lo más impensable que puede dar de sí nuestra condición de hombres.  Los mayores horrores de lesa humanidad que podamos  imaginar  tienen sus   propias  palabras como las tienen las virtudes que nos sirven para gozar del sosiego al que aspiramos todos en nuestro periplo vital. Por eso,  saber poner palabras a nuestra vida es fundamental para  dar respuestas  a tantos interrogantes que pueden agobiar nuestra existencia. Y como la vida, bien que lo sabemos, es de todo menos fácil, necesitamos de recursos propios y ajenos que nos ayuden a encontrar las palabras para respetar la ley moral que llevamos dentro de nosotros, como diría Kant; para cumplir este objetivo, nada mejor que pensar porque pensar nos sirve para vencer los bajos instintos que posee el ser humano por naturaleza propia; pensar es reflexionar y contrastar para diferenciar lo justo de lo injusto, por ejemplo.  Lo que no se puede hacer es  obedecer ciegamente  a los trileros de la palabra, cualquiera sea su condición, políticos o influencer. Por eso, cuando tenemos tiempo para nosotros mismos y buscamos respuestas, es imprescindible tener unas palabras, no muchas, que alimenten nuestra fuerza vital, para seguir "inasequibles al desaliento",  como diría alguien. Es ahora, después de lo dicho, cuando hacemos nuestras aquellas palabras que escribió L. Roosevelt como lema: "Nadie me hará sentirme inferior sin mi consentimiento".  Y no es poco lo que implica  esta afirmación como lema vital; L. Roosevelt, con suma sencillez, viene a decirnos que para la vida  hacen falta unos principios éticos que, traducidos en  palabras, no muchas, nos sostendrán en los momentos de aflicción, sobre todo. Y nosotros estamos convencidos de que no pueden ser más de tres,  y sobran, para responder a la complejidad que supone la convivencia en uno mismo del corazón y la razón. La primera que proponemos es "concordia", que resume el contenidos de estos versos del bilbaíno Blas de Otero, en esta oración- súplica que cierra el poema  "Hija de Yago":

Madre y maestra mía, triste, espaciosa España,
he aquí a tu hijo. Úngenos, madre. Haz
habitable tu ámbito. Respirable tu extraña
paz. Para el hombre, Paz. Para el aire,  madre, paz

Sirva de comentario para justificar nuestra propuesta la actualidad de las palabras de Machado sobre los españoles y  que nos llevan a los trileros que hacen política en el actual parlamento de papel. Hay que saber, como españoles,  dice el poeta, que  "de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea".

Y seguimos con nuestras palabras, a título personal. Muy importante como seña de identidad propia, es la autoestima que supone, en primer lugar, el querernos con suma bondad a nosotros mismos. Y que es la atalaya desde la que observamos a quienes nos rodean  como a nosotros mismos.  La autoestima, en definitiva,  es centinela que pone orden, por las consecuencias que se puedan derivar, entre la razón y el corazón, como fuerzas motrices de nuestro sinvivir.  

En definitiva y para cerrar esta propuesta que hace  de nuestra vida una memoria  vacía de olvidos, la palabra fidelidad es muy útil  para saber esperar y básica contra la ansiedad. Además tiene como eje principal la voluntad, importante para poder elegir los objetivos que nos marcamos, y que sirven para definirnos como persona. "Somos los objetivos que nos marcamos", escribe el colombiano Faciolinde en la novela "El olvido que seremos". Y como es normal, para vivir en sociedad, la fidelidad tiene como base la confianza en nosotros mismos y contra la mentira, que en estos tiempos,  es una de las mayores lacras que más degradan la condición humana.

Y con esta digresión sobre el camino a seguir  y los recursos correspondientes para lograr  estabilidad espiritual, sin duda alguna que  será más fácil  tropezar con la felicidad oculta en la pequeñas cosas; con perdón,  atrévete a buscar tus propias palabras y escríbelas para usarlas  en momentos de aflicción. Mi sugerencia es que no pasen de tres y  que siempre las recuerdes queriéndote bondadosamente.

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