sábado, 2 de noviembre de 2019





Mis topónimos


 En el tiempo y los parajes donde habito, en Reconcos, ajeno al compás y al cartabón, los jardines, manchas disformes y dedos sin  flores para  el amor del tacto, escucho las mil palabras en las bocas que fueron vértices de la memoria, contra el olvido. Eran todas  pasión o
impotencia, estación de viacrucis con sus cirineos o peldaños de vida contra la muerte y su improvisada sonrisa para ser la presencia infinita. En este ínfimo espacio, las bocas que fueron en tiempos son la mía cuando hago con su nombre por herencia y la sangre que los conmina a ser recuerdo, esquinas de la vida. Fitónimos hijos del agua o hidrónimos, que riegan tantos epónimos, son alma y resumen de codicias hasta nuestros días que se repiten como victoria contra el tiempo: Ramoniz y Les Meloneres,  cual curva de Litordo ¿en qué boca fue su primer balbuceo? Como la mía y mañana, un paisaje y los colores del orpín, un corazón hecho alfombra en las nubes de papel, anónimo y para siempre, como ahora.   

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